Lord Hadley había sido nombrado, recientemente, embajador de
inglés en tierras niponas. Su gran misión consistía en conseguir audiencia con
el shogun local que se negaba en redondo a recibir a ninguna delegación
occidental.
Lord Hadley sabía de lo infructuoso de su misión, pero
estaba empeñado en cumplir con sus obligaciones y era un hombre que no se
rendía ante la primera adversidad. Así que mientras ultimaba los últimos
enseres para sus maletas, miró a su ayudante de cámara y le dijo:
- -El soghun de Tokio me tiene que recibir sí, o ,
sí. Llevaré todos los presentes posibles para agasajarle.
El vuelo con destino a Japón fue largo y pesado pero nada
podía ocurrir para que lord Hadley se desanimase ante su ardua tarea. Al llegar a las
islas fue recibido con los honores propios de un embajador de la corona, pero
el Shogun no se acercó a darle la bienvenida, en su lugar una corte de samuráis
le dio el saludo inicial y le instaron a acomodarse en uno de los hoteles de mayor prestigio de la ciudad.
El embajador se imaginaba que el shogun se haría el duro,
así que comenzó a trabajar y cada día, pacientemente, solicitaba audiencia al
señor del sol naciente. Y cada día recibía un “no” por respuesta. Cada día se
topaba con una barrera diplomática que hacía su misión más cuesta arriba.
No obstante el que shogun no le quisiera recibir no
significaba que no estuviese preocupado por su presencia y tenía la necesidad
de saber que estaba tramando Lord Hadley. Por ello el gobernador local tramó un
plan para tenerle vigilado. Enviaría a la más hermosa geisha del reino para
espiarle.
Fue así como Nayko, experimenta geisha y espía, conoció al
embajador inglés. Y en un acto de osadía se coló en su habitación de hotel
justo cuando Lord Hadley se estaba bañando.
Pero lo que Nayko desconocía era que durante una de las grandes pasiones del embajador, su confortable y diario baño de espuma, lord Hadley comenzaba a cantar todas las canciones de su repertorio habitual.
Cuando la geisha le escuchó se quedó turbada, hasta el punto
que sintió que su corazón palpitaba y sus sentidos se aceleraban, por ello tuvo
que sentarse en la cama con la respiración entrecortada. Nayko nunca se había
imaginado que un occidental pudiera canta así.
Por eso, todavía perturbada, no se dio cuenta de la figura
del embajador que se encontraba frente a ella. Lor Hadley con sonrisa pícara, y
con toda la experiencia que da una vida de conquistas, le dijo:
-
Creo no estar vestido para la ocasión
Lord Hadley se ajustó el albornoz y escrutó a la
muchacha con su mirada.
Nayko, confusa, agachó aún más la cabeza e hizo el saludo de
genuflexión propio de su cultura.
-
Le pido disculpas, mi señor.
Era ahora el embajador el que se sintió turbado ante la
belleza de la geisha. Le levantó la cabeza, y mirándola fijamente a los ojos le
contestó.
- - Ignoro porque estás aquí, pero me es muy grata
tu visita.
Nayko confesó su secreta misión y los planes del shogun para
tenerlo vigilado.
- - Mi señor, el gran shogun me encargó la misión de
vigilarle pero cuando le escuché cantar he sentido como el tiempo se detenía y
mi corazón galopaba. Nunca antes me había sentido tan plácidamente alterada. Ahora he fracaso en mi misión y el shogun me
desterrará.
Tras escuchar a la
joven geisha fue el embajador el que se sintió confuso ante sus sinceros
halagos, al mismo tiempo que preocupado por su futuro.
- -La verdad es que no entiendo porque tu shogun no
me quiere recibir, traigo misivas desde mi país para vuestro gobierno y lo
único que encuentro son negativas y recelos.
Pero levántate y no temas por ti, que yo haré
como si nunca te hubiese encontrado.
Desde lo más profundo de su corazón Nayko supo que había
caído en las redes de este occidental que le aceleraba la respiración.
- - Mi señor , si me permite el atrevimiento sé cómo
puede llegar hasta el gran shogun.
Lord Hadley , aún extasiado por la belleza de la joven, se
intentó calmar y agudizó el oído para escuchar el plan que le proponía la
geisha.
A la mañana siguiente Nayko lo tenía todo preparado. Un taxi
condujo al embajador y a la geisha al palacio real del shogun,
y ésta le guió
por un pasadizo subterráneo que le condujo, directamente, a la sala de
audiencias.
Una vez allí la joven geisha indico a Lord Hadley que se
escondiese tras una columna y esperase a ver su señal. El embajador no sabía
cómo se podía haber metido en esa situación pero la lealtad a los interese de
su patria conllevaba cualquier sacrificio que él pudiera hacer.
Con un séquito de 47 samurais el majestuoso shogun se
adentro en la sala de audiencias impaciente por despachar los temas del día.
Nayko se situaba, semioculta, tras las personas que rodeaban al poderoso señor
del sol naciente, y cuando creyó que era el momento oportuno, dejó caer un
pañuelo de seda a sus pies.
El embajador supo que
ese el momento indicado y aún estando acostumbrado a las situaciones límites,
se armó de valor, carraspeó para aclararse la garganta, y…comenzó a cantar.
El shogun, asombrado, dejo caer la misiva que estaba leyendo
y levantó la cabeza intentando buscar el origen de tan bello canto. Un
sacrosanto silencio reinaba la estancia sólo roto voz la armónica voz del
embajador.
Lord Hadley se empleo a fondo y cantó Gold, una de sus
canciones favoritas, como nunca antes había cantado, puso toda el alma en cada
nota y todo el sentimiento posible en cada estrofa.
El shogun no daba crédito….y tras confesar
que estaba embelesado…sonrió.
Quiso saber de dónde, y de quien, provenía esa voz y como
por arte de magia, todo su séquito se volvió hacia una misma dirección creando
un pasillo humano, por el que – sin dejar de cantar- el embajador fue caminando
pausadamente hacia el shogun.
Los allí reunidos bajaron la cabeza esperando la ira de su
poderoso amo, pero muy al contrario éste continuo sonriendo, alzó la mano para
parar el canto del embajador, y le preguntó:
- -¿Quién eres?
- - Gran shogun, mi nombre es Tony Hadley, embajador
del Imperio británico en su país, y
hasta ahora no había encontrado el modo
de ser recibido.
- -Le ruego acepte mis disculpas, embajador. Lord Hadley, tenga
por seguro que de ahora en adelante las relaciones entre nuestros países serán
ricas en diálogo y fructíferas en el arte.
Y tanto el shogun como el embajador se inclinaron uno frente
al otro.
Lord Hadley había conseguido ser el perfecto embajador en
tierras niponas gracias a sus grandes dones artísticos y gracias a la ayuda de
la gheisa Nayko, que desde que le conoció supo que no tendría más dueño que su
señor occidental.
Lord Hadley fue nombrado hijo adoptivo del Japón y el
corazón de la geisha se estremecía cada vez que recordaba a su adorado
Tony-san, su auténtico emperador del sol naciente.